No puedo permitir que me muerdan. No puedo permitir que me arranquen de la vida. No importa lo fácil que sea rendirse al dolor y al horror de esta nueva vida y caminar voluntariamente hacia el olvido, los chicos confían en mí. Para cuidarlos, para mantenerlos a salvo.
Los muertos caminan por la tierra sin rumbo, impulsados por una necesidad primaria de alimentarse. Nosotros, los vivos, caminamos por la tierra sin rumbo, impulsados por el deseo de sobrevivir. Conseguir la mínima seguridad y comodidad dondequiera que la encontremos. Es casi imposible encontrar un lugar que no esté acechado por la muerte, dolor y terror.
Pero seguimos buscando, sin querer soltar el último resquicio de esperanza que llevamos en el corazón. Desaparecemos en el bosque, viajando sólo a la luz del día, donde estamos seguros de que podemos verlos venir hacia nosotros. Pero uno de mis chicos está enfermo, y no tengo más remedio que seguir empujándolos hacia la noche, buscando comida, seguridad y algo que ahora es más codiciado que cualquier otra cosa en este mundo.
Medicina.
Cuando tropezamos con el campamento y vemos a los tres hombres durmiendo junto al fuego, la desesperación se apodera de mí y no puedo evitarlo. Tratamos de tomar de ellos. Ahora todos somos ladrones. Es la única forma de sobrevivir. Tomamos lo que necesitamos de cualquiera que sea más débil que nosotros.
Sólo mi desesperación ha nublado mi juicio. Estos hombres no son débiles. Son más grandes que yo, más duros, más rápidos a la hora de actuar con sus bajos instintos. Nos atrapan. Me atrapan, y ahora tenemos algo que ellos necesitan. Algo que él necesita. Esposada a su muñeca, no me dejará ir hasta que me haya arrastrado por el infierno y de vuelta. Pero no soy tan fácil de contener.
Me defiendo en cada kilómetro de nuestro viaje, enfrentándome a su férrea voluntad con mi propia fuerza.
Mil gracias a RIP!